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Charles darwin

Con y contra algunos posts lésbicos

„The reasonable man adapts himself to the world; the unreasonable one persists in trying to adapt the world to himself. Therefore all progress depends on the unreasonable man.“

George Bernard Shaw

Publicado: 2014-11-06

Vivimos en un mundo cuyos habitantes más primigenios entendieron la vida binariamente: cielo-infierno, bien-mal, correcto-incorrecto, sí-no, hombre-mujer. La acumulación de conocimientos, a través del tiempo, nos ha permitido apartarnos de tan simples concepciones y algunos hemos abandonado la sujeción a un mundo blanco-negro y preferimos disfrutar de la variación de la gama de grises propia de tantos campos. Los círculos del infierno de Dante son un ejemplo divertido contra la división tajante que propone el binarismo, dependiendo de la gravedad de tus pecados, te corresponde un lugar en el infierno: no todos los pecados son iguales, no todos los malos son igual de malos, los hombres y mujeres tampoco somos los mismos.  

Los humanos somos diferentes por un tema natural: nacemos rubios, lampiños, achinados, con pies grandes, con manos pequeñas y, así también, algunos de nosotros nacemos con un gusto natural por lo del mismo género. A ningún rubio se le exige que se pinte el pelo de negro para entrar en una discoteca, a ningún lampiño lo insultan barbudos por la calle, ningún cardenal anda criticando a mujeres de pies grandes, ¿por qué entonces sí lo hacemos con una variación tan natural dentro de nuestra especie como la homosexualidad? La variación y las selección natural fue lo que nos sacó de los arboles y aquellos que no puedan comprender algo así, no sólo nunca se enteraron de Darwin sino que siguen viviendo mentalmente en el medioevo, en una pobreza intelectual lamentable.

Algunas veces, cuando un grupo incipiente busca hacerse un lugar en el mundo, sus primeras manifestaciones suelen exacerbar las diferencias que lo hacen único o por lo menos divergente en relación al grupo o sociedad del que emergen. La oveja negra tiene que ser negra para poder alejarse del rebaño y a veces para hacerse un lugar propio en el mundo, la oveja negra tiene que subrayar su condición de negra que es lo que la diferencia. Lo hicieron así también los primeros cristianos, considerados en la época como judíos rebeldes o insurgentes o neo-judíos, pero judíos al fin y al cabo. Para poder hacerse un lugar en el mundo exacerbaron lo que los diferenciaba de los judíos comunes: un mesías. Así por ejemplo la crucifixión de Jesús, un castigo mortal compartido por muchos de sus contemporáneos, se convirtió, gracias a la propaganda de la época, en un hecho de crueldad sin igual y único en el imaginario popular, como si ningún otro hombre la hubiera padecido. En una segunda etapa, los cristianos abandonaron ciertas costumbres propias de los judíos (como la circuncisión) y adoptaron nuevas (la invención de la transubstanciación: transformación del vino y el pan en el cuerpo y sangre de Cristo, oficializada en el rito en 1215; hay que leer los testimonios de los cristianos presentes en esa primera misa, primero maravillados por el acto mágico sin precedentes de la transformación y luego aterrorizados al ser forzados a comer lo que ellos creían era efectivamente el cuerpo y sangre de su Dios). A veces, un cambio de look no basta para ocultar el pasado, para poder hacerse un lugar en el mundo los cristianos fueron más allá, había que destruir todo vestigio de ese origen. Las masacres nazis no son ni la punta del iceberg de la historia de la persecución de los judíos, acusaciones como la de ser causantes de la peste negra envenenando los pozos de agua del pueblo o de secuestrar niños cristianos cerca a la pascua y ejercer en ellos todos los momentos de la pasión de Cristo (libelos de sangre) eran sólo los preámbulos de incontables y constantes pogromos ejecutados por cristianos, quizás sin saberlo, movidos por algún afán edípico.

Muchos grupos sociales no alcanzan tales extremos al exacerbar sus diferencias. Los vegetarianos se conforman con poner en escena vacas muertas y sangre frente a festivales de comida, los metaleros lo hacen con sus melenas largas, ropas oscuras y mucho ruido. No siempre es necesario y mucho menos recomendable llegar a extremos. Temo, sin embargo, que algunos escritos de autoras lésbicas (quizás influenciados por el feminismo viperino cuyo objetivo parece a veces el exterminio de todos los hombres y que tanto daño hace a la igualdad de género) están motivados por odios primordiales, similares al de los de los cristianos y no lo considero necesario. Comprendo la frustración de no poder ser completamente libre en la ciudad cucufata que nos ha tocado, comprendo también la rabia que causa ser discriminado, ofendido e insultado en la calle por monigotes, pero esos monigotes son los enemigos de todos, los de todos los días, los que botan basura en la calle y le meten el carro a medio país y que todos, todos, quisiéramos mandar a vivir inmediata e indefinidamente a algún gulag soviético siberiano.

Realzar las diferencias es lo natural, escribir sobre las injusticias que padecen, sobre las pequeñas victorias que logran en la sociedad, promover encuentros abiertos a todo público, es fantástico, pero escribir cosas que llevan como título “Yo, Eyaculadora” no sólo es de muy mal gusto sino que, en vez de acercar y tender puentes, las aleja de los que, desde nuestra quizás más cómoda perspectiva, intentamos apoyarlas en su lucha.

Puedes leer aquí todas las entradas de Cuántas Buganvilias, un blog de opinión cargado de especias.


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